La huella ambiental del conflicto armado Rusia-Ucrania
Este conflicto revela un impacto ambiental devastador en la contabilidad global de emisiones y generando graves consecuencias a largo plazo.
La contaminación derivada de los conflictos armados, un fenómeno a menudo subestimado, ha sido objeto de análisis por parte del Observatorio de Conflicto y Ambiente (CEOBS). Esta ONG británica destacó la complejidad de medir las consecuencias ambientales, debido al limitado acceso para recopilar información durante los combates y a la excluida huella de carbono de los ejércitos de los mecanismos internacionales de contabilización de emisiones.
El CEOBS identificó al menos cinco categorías de daños ambientales, siendo las instalaciones industriales y energéticas las más afectadas. La metalúrgica Azovstal, último bastión ucraniano en Mariúpol, sufrió la destrucción de pilas con agua contaminada y plantas de agua potable. Además, la militarización de plantas nucleares, como la de Zaporizhia, generó riesgos nucleares y contaminación del aire. La organización EcoAction registró 1,549 casos de daños ambientales, concentrándose principalmente cerca de las fortificaciones rusas en regiones como Járkiv, Dnipro, Mykolaiv y Jersón.
El mayor desastre ambiental registrado hasta la fecha fue el colapso de la presa de Nova Kakhovka, liberando 18 kilómetros cúbicos de agua y devastando ecosistemas a lo largo del río Dniéper. La pérdida de especies, la contaminación química y los residuos masivos han dejado consecuencias a largo plazo. Ucrania, responsabilizando a Rusia de un ecocidio, busca llevar el caso a la Corte Penal Internacional.
La guerra en Ucrania ha evidenciado que la contaminación no solo proviene de los ataques, sino que la propia guerra contamina. Aunque los Convenios de Ginebra prohíben los daños ambientales, la falta de mecanismos internacionales para contabilizar la huella de carbono de los ejércitos ha sido notable. Informes independientes sugieren que, si los ejércitos fueran un país, serían el cuarto más contaminante del mundo, contribuyendo con el 5.5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
La falta de regulaciones y mecanismos efectivos para contabilizar y limitar la contaminación derivada de la guerra plantea desafíos significativos, subrayando la urgencia de abordar este problema desde una perspectiva internacional y reforzar los marcos legales existentes para proteger nuestro entorno en tiempos de conflicto.